POLVO DE ESTRELLAS SEGUNDA PARTE POR SAUL RAMOS

La experiencia afirma: «Las segundas partes no funcionan» y lo acabamos de confirmar al ver la puesta en escena de «Aventurera», que en su momento fue llevado al escenario por la fallecida Carmen Salinas con un gran exito; sin embargo, la nueva puesta ha sido calificada como un fracaso rotundo.

La Aventurera» de Juan Osorio en el Salón Los Ángeles fue calificada por los propios espectadores como «de mala a malísima» y es que por una extraña razón, los medios de comunicacion no fueron invitados asi que hubo que entrevistar a los que pagaron su boleto y en su mayoría la califican de mala.

Juan Osorio dijo que por un pacto hecho con Nicola e Irina no podrían ingresar los medios, seguramente presintiendo lo malo de la puesta en escena porque es una realidad que los actores encabezados por Irina Baeva son muy malos y por eso decimos que «las segunda partes nunca son buenas» y seguramente extrañaremos a Carmen Salinas, Edith González e incluso a Itatí Cantoral, porque lo que se presentó ahora es una verdadero «churro» y un freacaso mas para Juan Osorio que ultimamente anda «dando patadas de ahogado» ?No le parece?

ORGULLO Y TEMOR

Los seres humanos hemos sido creados para vivir en comunidad. Aunque nos cueste comprenderlo, Dios ha diseñado a Su iglesia para que sea una sociedad en la que sus miembros dependen los unos de los otros como un solo cuerpo, del cual Él es la cabeza.

Pablo usa la metáfora del cuerpo para llevarnos a entender la hermosura de la iglesia y hasta qué punto Dios nos ha diseñado para vivir en unidad (1 Co 12:12-16). La iglesia de Cristo no funciona como un grupo de individuos que andan por su propia cuenta y sin ningún tipo de relación.

El apóstol Pablo nos muestra que lo que ocurre con nuestro cuerpo físico ejemplifica lo que ocurre en el cuerpo de Cristo. Dios nos diseñó para que tengamos cuidado los unos de los otros, nos sirvamos mutuamente, y suframos y nos gocemos con los miembros de la familia de la fe.

Ahora, siempre hay obstáculos de este lado de la gloria que nos dificultan profundizar en nuestras relaciones con unidad. Si no tenemos cuidado de nuestros propios corazones, en lugar de cultivar la unidad, podemos encontrarnos en alianza con dos ladrones que la destruyen: el orgullo y el temor al hombre.

Ladrones de unidad

El orgullo

Una forma en que somos llamados a vivir en unidad es llevando las cargas los unos de los otros (Gá 6:2). Para poder lograrlo se requiere que estemos atentos a las dificultades de los demás y aprendamos a compartir las nuestras. Pero no hay manera de que otros puedan ayudarnos en nuestra debilidad, si no estamos dispuestos a abrir nuestros corazones y admitir: «Necesito tu ayuda».

Sin embargo, las cosas nunca son tan sencillas como parecen. Siempre hay algo profundo detrás de cada decisión que tomamos. No querer compartir nuestras luchas y debilidades no es solo querer evitar molestar a alguien «porque tiene muchas cosas con las que lidiar», sino que revela el orgullo de nuestro corazón, un gran ladrón de la unidad.

El orgullo nos ciega ante nuestra propia necesidad y nos lleva a pensar que tenemos todo lo que se requiere para suplir nuestra debilidad. El orgullo quiere aparentar para proteger una reputación externa, la cual no se sustenta en el interior.

Como seguidores de Cristo necesitamos tener en cuenta que el orgullo no es poca cosa delante de Dios. La Biblia nos enseña que el orgullo no busca a Dios (Sal 10:4), siempre trae consecuencias (Sal 31:23), nos engaña (Abd 1:3) y Dios lo aborrece (Pr 8:13).

Cada vez que decidimos no darles lugar a otros en nuestras vidas —no compartir nuestras luchas ni recibir sus confrontaciones—, nos estamos poniendo en el centro y estamos haciendo evidente que consideramos nuestra manera de pensar como superior a la manera de Dios: Él nos dice que vivamos interrelacionados como un cuerpo, pero decidimos que es mejor vivir aislados por nuestra cuenta. Dios nos dice que debemos llevar las cargas los unos de los otros, pero decidimos que es mejor llevar solo las nuestras y obviar las de los demás. ¿Quién está en el centro y detrás de esta manera de pensar? La respuesta no se hace esperar: «¡Yo!».

El temor al hombre

Otro ladrón de la unidad es el temor a otros seres humanos. Recuerda lo que enseñó el profeta Jeremías:

Así dice el SEÑOR:

«Maldito el hombre que en el hombre confía,

Y hace de la carne su fortaleza,

Y del SEÑOR se aparta su corazón.

Será como arbusto en lugar desolado

Y no verá cuando venga el bien;

Habitará en pedregales en el desierto,

Una tierra salada y sin habitantes» (Jr 17:5-6).

Este pasaje nos muestra que temer a otras personas implica depositar nuestra confianza y fortaleza en otros en lugar de en Dios. Entregarle a alguien lo que deberíamos confiarle solo a Dios terminará drenándonos y llevándonos a lugares de desierto. El temor a otras personas nos deshidrata, nos sofoca, nos consume y nos domina.

El gran peligro de temer a otras personas es que nos lleva a apartar nuestro corazón de Dios

El gran peligro de temer a otras personas, como el pasaje de Jeremías nos enseña, es que nos lleva a apartar nuestro corazón de Dios. Nos lleva a quitar nuestra confianza del único lugar seguro. Aunque estemos rodeados de personas, si esas relaciones están basadas en el temor al otro y ponemos a los demás en el lugar que le corresponde a Dios, terminaremos cada vez más solos, porque todo lo que ocupa el lugar de Dios nos consume en lugar de darnos vida.

En pos de la unidad

El llamado bíblico a una vida de unidad entre creyentes no es un lujo que podemos decidir ignorar; es necesaria para glorificar el nombre de Cristo.

Vivir a la luz de este llamado requerirá que en lugar de dejarnos llevar por el orgullo de nuestro corazón aprendamos de Jesús, quien es manso y humilde (Mt 11:29-30). La humildad es fundamental para vivir en unidad. Es ahí donde podemos reconocernos como grandes pecadores en necesidad de un gran Salvador y de otros que lleven nuestras cargas.

Una vida de unidad requiere que nuestros ojos estén fijos en Jesús, para que, en lugar de vivir en temor a otros —es decir, poniendo nuestra esperanza en ellos—, temamos y pongamos nuestra esperanza en Aquel que nunca falla, pues en Cristo las promesas de Dios son «sí» y «amén» (2 Co 1:20). En lugar de hacer de otra persona nuestro refugio, acudamos a la Roca que es más alta que nosotros, a nuestro castillo fuerte (Sal 61:2; 18:2). En lugar de buscar la aprobación de los demás, recordemos que en Cristo hemos sido aprobados para siempre delante de Dios.

Aprender del manso y humilde y poner en Él nuestra confianza nos lleva por el camino de la verdadera unidad entre creyentes. Publicado por Coalición por el Evangelio.

Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana.

UN ESPACIO PARA LA REFLEXION: La mujer insensata es alborotadora; Es simple e ignorante… Y hasta la próxima…