El director francés Quentin Dupieux, quien ha hecho del absurdo un género en si mismo, inaugura hoy la 77ª edición del Festival de Cannes Fuera de Competición con Le Deuxième acte (El segundo acto).
Esta es una nueva comedia que es un efecto espejo del cine, que promete una edición centrada en la esencia del cine.
Por esta vez, Quentin Dupieux ha optado deliberadamente “por guardar silencio y no decir nada sobre su decimotercer largometraje más allá del más breve de los resúmenes, en consonancia con la forma en que nos ha pillado desprevenidos desde sus inicios hace diecisiete años”, reseñó el Festival de Cannes.
Una forma, quizás, de que este cineasta “con su asombrosa vitalidad nos recuerde que su capacidad para pasar rápidamente de un proyecto a otro no ha frustrado en absoluto su deseo de avanzar de una manera libre de convenciones”.
Florence quiere presentarle a David, el hombre del que está locamente enamorada, a su padre Guillaume. Pero David no se siente atraído por Florence y quiere deshacerse de ella arrojándola a los brazos de su amigo Willy.
Por el momento, los cinéfilos tienen que conformarse con esta su cinta presentación del último largometraje del director que se inició en la música electrónica y que desde entonces se ha afirmado en el panorama cinematográfico mundial como cineasta autodidacta gracias a sus extravagantes buddy movies llenas de gags surrealistas y humor negro.
Dos años después de Fumer fait Tousser (Fumar provoca tos), proyectada Fuera de Competición, pero sobre todo Yannick y Daaaaaali!, sus dos últimas películas estrenadas en salas con siete meses de diferencia, el director continúa adelante con su proyecto de poner la creación artística en una puesta en abismo en un hábil y exuberante efecto espejo entre lo consciente y lo inconsciente.
Después del muy codificado huis clos de un espectáculo teatral y la guarida de un artista a la vez excéntrico y extravagante, Quentin Dupieux ha llevado a sus personajes principales, cuatro actores interpretados por Léa Seydoux, Vincent Lindon, Louis Garrel y (inevitablemente) Raphaël Quenard al medio de la nada, en un restaurante con decoración anticuada, para representar una escena de una película de tercera categoría que se está rodando.
El director, que normalmente disfruta escudriñando las relaciones de pareja y los tormentos de la vida de soltero en su cine burlesco, ofrece aquí a sus personajes imperfectos y torpes la oportunidad de encontrarse cara a cara con sus dobles cinematográficos y sus líneas en una comedia que también es socialmente profunda.
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