Por SAUL RAMOS
Desafortunadamente el año llegó con la muerte a todo lo que da. En este momento la lista es larga pero en los últimos días ocurrieron dos: una ya esperada y la otra sorprendente. Andres Garcia y Julian Figueroa. Este ultimo hijo del compositor Joan Sebastian y la actriz Maribel Guardia.
Empecemos con Andrés García, quien a los 81 años dejó de existir tras una larga enfermedad la cual no su avisó su carácter como para perdonar a sus hijos y enemigos por lo que deja un gran problema en cuanto a su herencia.
El protagonista de la película “Pedro Navaja” no nació en México pero fue donde tuvo la oportunidad de llevar a la fama con una trayectoria que se consolidó en los 70 y siguió por décadas en el formato de telenovelas.
El buen parecido de Andrés García no pasó desapercibido por productores que al descubrirlo le ofrecieron trabajo y, paradójicamente, protagonizó “Chanoc”, a los 25 años, la película en la que el protagonista es un joven que enfrenta desafíos en altamar.
Despues de esta vinieron varias como “El siete vidas”, “Entre compadres te veas”, “Buscando la muerte” y por supuesto “Pedro Navajas” que a pesar de ser una cinta muy mala, lo lanzó definitivamente a la fama, aunado a sus constantes relaciones amorosas de las que tanto presumió hasta el dia de su muerte.
Por tal razón los productores se interesaron en el para cintas de ficheras y participó en varias como “El sexo sentido”. “Muñecas de medianoche”, “Las cabareteras”, “Chile picante”, y “El macho biónico”.
En las telenovelas no brilló tanto pero hizo algunas como “Mujeres engañadas”, “El privilegio de amar”, “Paloma”, “Tú o nadie”, “La sonrisa del diablo” y “Velo de novia”, pero su fama fue cuando inventó que era un gran amante y por ello usaba una válvula que el llamaba “la bombita” para ser un mejor amante. Luego dijo que había derrotado al cáncer con una planta llamada “uña de gato”.
Ahora vendrán los problemas por la herencia porque se dice que sus hermanos no se pueden ver ni en pintura y que han aparecido otros hijos no reconocidos, además de Roberto Palazuelos que siempre dijo que veía a Andres como un padre. ¿Será?
MARIBEL DE LUTO
Desafortunadamente y en plena juventud, el hijo de Maribel Guardia falleció con apenas 27 años de edad por lo que el mundo artístico se conmocionó ante tal noticia
El joven fue hallado sin vida dentro de su habitación en la casa que compartía con la actriz en la exclusiva colonia Jardines del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, la noche de este domingo 9 de abril. Sin embargo, su ahora viuda asegura que ella lo encontró y fue en la casa de ambos. Además confirmó que su esposo murió «por un infarto agudo al miocardio y fibrilación ventricular».
TRAGEDIAS
Este es el tercer hijo del difunto Joan Sebastian que muere en plena juventud pues recordamos que de manera violenta su hijo Trigo fue agredido en el 2006 cuando acompanaba a su padre como representante y fue atacado por un grupo que lo asesino en Texas.
Los agresores le dispararon en la cabeza. Fue el propio Joan Sebastian quien recogió a su hijo del suelo mientras se desangraba en sus brazos. Fue llevado a un hospital de McAllen para tratar de salvarle la vida, pero murió en el proceso.
Sin embargo, aun en vida, Joan vio morir a otro hijo y este fue Juan Sebastián, asesinado el 12 de junio de 2010, cuando fue atacado afuera de un bar en Cuernavaca, Morelos. Tenía 32 años.
Según reportes de prensa de aquel entonces, el hijo de Joan Sebastian intentó ingresar al bar Gran Hotel de Cuernavaca junto con unos amigos.
PEDIR PERDON A MIS HIJOS
Había sido un día largo y me sentía cansado como para lidiar con las conductas normales de una niña de ocho años: mi hija de repente estaba «tan exhausta» que ya no podía limpiar la mesa después del almuerzo. Ante sus quejidos y gemidos, que expresaban su falta de disposición para cumplir con sus deberes, mi paciencia se agotó. En un momento de debilidad y motivado por mi propio cansancio, respondí de manera sarcástica con un dardo sutil diseñado para cambiar su conducta, en el que utilizaba la vergüenza como munición.
La actitud de mi hija comunicaba su propio cansancio y frustración. En vez de abordar la situación con curiosidad y comprensión, reaccioné desde mi propia frustración. El resultado fue que avergoncé a mi pequeña hija, porque quería lograr que hiciera lo que yo quería en el tiempo que yo consideraba pertinente.
Aprendiendo a pedir perdón
Como padres muchas veces tenemos una agenda para nuestros hijos que se basa en nuestros deseos de ver que tengan lo mejor. En mi caso, más que cosas materiales, busco desarrollar sus capacidades emocionales, intelectuales, sociales y espirituales. Anhelo que mis hijos conozcan el evangelio y que sepan lo amados que son, pero también quiero que sean personas capaces y empoderadas para cumplir con sus deberes.
Para lograr esto último, no puedo permitir que evadan sus deberes solo porque no tienen ganas de hacerlos. Aún así, estoy consciente de que incluso yo, como adulto, tengo días frustrantes donde me cuesta hacer las cosas que tengo que hacer. En esos días sé que lo último que necesito es a una persona que me lance indirectas y frases sarcásticas para hacerme sentir peor.
Mi hija salió corriendo, con los ojos llenos de lágrimas y su rostro enojado. Echó llave a la puerta de su habitación y a la de su corazón también. Una parte de mi quería romper la puerta para obligarla a escuchar y hacerle entender mi punto de vista, como si mi forma de hacerla sentir mal era para su bien. Pero decidí respirar profundo, dar la vuelta y esperar unos veinte minutos antes de hablarle.
Mi mente comenzó a generar varias interpretaciones, justificaciones y análisis del escenario que acabábamos de vivir. La mayoría de mis pensamientos me confirmaban que mis comentarios sarcásticos eran justificables o, por lo menos, no tan graves como para causar una reacción tan exagerada. Cuán engañoso es el corazón… Con todo, mientras todavía pensaba, recordé el evangelio. Consideré la gracia que he recibido y que, ahora, puedo criar a mis hijos desde la fortaleza de la gracia y no desde la debilidad del orgullo.
Así que, cuando pasaron los veinte minutos, entré a la habitación de mi hija explicando que quería decir algo rápido. Gracias al Espíritu Santo, me agaché para estar cerca de ella y viéndola a los ojos, confesé mi pecado y le pedí perdón. Admití que le había hecho comentarios sarcásticos y eso nunca está bien. Le dije que no había sido bondadoso y que no le mostré el amor humilde que mi Salvador me ha modelado.
Ella no respondió, pero los días que siguieron revelaron la fortaleza de la conexión emocional que ese acto de pedir perdón había logrado. Ella me comenzó a buscar más, me hablaba de sus emociones y experiencias y mostraba una confianza más profunda de la que antes había tenido.
Pedir perdón refleja el evangelio
Cuando hay una ruptura en una relación, nuestra tendencia humana es a defendernos y concluir que la otra persona tiene más culpa y que, por lo tanto, no necesitamos pedir perdón. Pero, aunque tengamos el 1 % de la culpa, seguimos siendo responsables por ese porcentaje y debemos pedir perdón. El pecado es pecado y no ganamos nada al comparar nuestro pecado con el de alguien más.
Necesitamos del Espíritu Santo para producir el fruto correcto, también en la relación con nuestros hijos, pues pedir perdón de forma genuina requiere bondad, humildad y paciencia (Gá 5:22-23).
Además, pedir perdón, aparte de modelar humildad, es una manera saludable de vivir cualquier relación, ya que construimos las relaciones en la dinámica valiosa de la reconciliación. Sin embargo, aunque muchas veces pecamos contra nuestros hijos, por estar ofendidos o buscando corregir su conducta, minimizamos nuestras faltas y olvidamos que seguimos siendo los responsables de reconocer nuestros pecados y buscar la reconciliación.
A los padres que consideran que es una debilidad pedir perdón a sus hijos y que este acto disminuiría su autoridad como padres, les pregunto: ¿sobre cuáles bases está construida su autoridad? La influencia que tenemos como padres brota de la conexión que mantenemos con nuestros hijos. Además, nuestra autoridad dada por Dios no se puede restar por obedecer Su Palabra, en este caso, confesar nuestro pecado y pedir perdón (Stg 5:16; Lv 5:5). Si piensas que has llegado a un punto como padre en el que ya no necesitas pedir perdón, medita en la forma en que Jesús se humilló hasta el último momento de Su vida para mostrar un amor eterno que conoce el sacrificio y el gozo duradero (Fil 2:1-11).
El camino para lograr una conexión genuina y profunda con nuestros hijos está marcado por la humildad y el hecho de pedir perdón mantiene nuestros corazones humildes. Asimismo, pedir perdón, además de mantener la conexión emocional viva y real con nuestros hijos y de recordarles que nuestro estándar es Jesús, nos permite exponerles el evangelio, pues mientras imitamos la humildad de Cristo, también les enseñamos a acudir a Él cuando fallamos para encontrar perdón y transformación.
David McCormick es el Director Ejecutivo de la Alianza Cristiana para los Huérfanos, y padre de cuatro hijos: tres biológicos y uno del corazón. Tomado de Coalicion por el Evangelio.
UN ESPACIO PARA LA REFLEXION: Los niños si resuelven los problemas… Y hasta la próxima…
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